El numen de estos campos es
sanguinario y fiero;
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y
páramos de asceta
¿no fue por estos campos el bíblico jardín?
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
Don Antonio Machado
Verano de 1910. Octave Lapize se convierte en
el primer ciclista en coronar el tourmalet ganando aquella etapa del tour y
dejando para la historia la ya mítica frase de “son ustedes unos asesinos”.
Nos ha tocado vivir en una época en la que
parece que no queda ya rincón inexplorado alguno y resulta casi imposible la
gesta, el más difícil todavía y mucho menos el ser pionero en algo. Afortunadamente los amigos del Gran Premio
Canal de Castilla (GPCC), a pesar de los pesares y la crisis que no acompaña se
han liado la manta a la cabeza para organizar la que ha sido la primera edición
del GPCC. Y allí nos dirigimos, más con
la idea de ser el anónimo ciclista que llegó a más de 7 horas de Lapize que el
propio campeón francés, pero pioneros al fin y al cabo.
El desafío no era moco de pavo, 232 Km. de
inmensidad castellana salpicados con 55 Km. a través de las sirgas del canal. Para aquel que piense que los que los caminos
en llano no tienen demasiada chicha decir que así pensaba un servidor antes de
sufrir en mis carnes el pavé flamenco, o remitirle a que se acerque por Medina
de Rioseco a probar. Las sirgas no le van a la zaga al adoquinado de la ronde,
cuesta mantener el control de la bici y se hacen notar en las piernas.
Foto gentileza de http://www.revistadesdelacuneta.com
Una vez recogido el guante, únicamente nos
separaban 800 Km. del convento de clarisas que hizo las veces de cuartel
general, lo que nos ayudó aun más a retrotraernos en el tiempo si cabe. Porque
he de decir que para mi tuvo algo de vuelta a los orígenes, y no sólo a mis
orígenes castellanos, que también, sino a los orígenes del CICLISMO, con
mayúsculas. En tiempos en los que la mercantilización lo invade todo, cuando ya
las marchas son carreras encubiertas y mudan de nombre por el de empresas
comerciales y hay una auténtica obsesión por los tiempos y las clasificaciones,
es reconfortante tomar la salida sin chips en el tobillo junto a poco más de
100 personas.
Por cierto, tuvimos la ocasión de charlar en
la salida con Pedro Horrillo, ex corredor profesional y ciclista entusiasta
siempre, al que llevamos un pequeño obsequio.
Tomada la salida, no tardó en aparecer la
primera sirga y el primer pinchazo, tónica que se mantuvo en las dos
posteriores, lo que me hizo plantearme si las clarisas no habrían maldecido mis
pobres cubiertas por ateo. Solventados los inconvenientes es de caballeros
castellanos agradecer a Fran y Álex que iban
cerrando la marcha pendientes de que estuviésemos como en casa. La verdad es
que tuvimos un trato muy cercano y familiar difícil de ver en otras marchas. Y
que decir del chorizo del primer avituallamiento, ¡qué pimentón! Aun con el
regusto en la boca tuvimos la ocasión de admirar lo mejorcito del románico
palentino mientras nos adentrábamos una vez más en la inmensidad de la meseta.
Es aquí donde se pueden contemplar los más bellos cielos y donde la vista no es
capaz de abarcar tanta grandeza. El paisaje es realmente abrumador. Rodar
durante horas con la sensación de no avanzar, inmersos en un profundo silencio es
algo difícil de explicar. La despoblación y la consiguiente falta de tráfico acrecientan
esta percepción de encontrarse sólo en medio de la nada. Ciertamente, es un
panorama de una belleza sutil, austera, casi espartana. Frente a la avalancha
de estímulos a la que estamos habituados, se destapan esencias mucho más
delicadas, de las que hacen valorar los pequeños detalles. Como el ver la cara
de los críos iluminarse al paso de la comitiva como si pasara el mismísimo
Indurain por el salón de su casa. Alegra ver que todavía hay niños que se dejan
sorprender por algo así. Si se me permite la obligada metáfora
gastronómica estaríamos confrontando un plato de alcachofas en salsa verde
(Aturem Eurovegas!) con un infame hot dog repleto de ketchup.
Y en estas hizo su aparición el temido viento
tan característico de esos lares, que en todas sus variantes malévolas –
racheado, lateral, de cara- nos hizo pasar las de Caín durante más de la mitad
del recorrido. De no ser por la aparición de un ángel caído del cielo en forma
de camión de la organización todavía estamos allí pedaleando. Realmente, sin
desmerecer a Gus, ha sido el mejor gregario que he tenido en la vida.
Una vez más resulta extraño imaginar a la organización de cualquier marcha
cercana animar a coger rueda del coche oficial y mucho menos llegar a poner la
etapa del tour por megafonía como ocurrió para solaz de los allí congregados.
Última carretera blanca, pedregosa ella, y
sirga final para llegar a Medina de Rioseco de nuevo después de más de 9 horas
de bici. Y confirmar que teníamos premio
al club más lejano, consistente en vino y más vino con el que regaríamos las
viandas de la ya casi cena.
Lo dicho, una experiencia mística.
En el podium con nuestro merecido premio.
Para futuras ediciones: http://www.gpcanaldecastilla.com/