Así, llegamos al santuario de la fontcalda, donde una multitud de cangrejos imperialistas nos salió a recibir, aunque algunas creyeron ver cigalas y langostas, fruto sin duda del hambre acumulada tunel tras tunel. Dejamos a los cangrejos vivir, ya que gastronómicamente hablando no hacen sombra al cangrejo autóctono, y haciendo honor al nombre de la peña portábamos jalupe consistente que devoramos a la luz del lumingaz.
A la mañana, después de un sueño espartano en el andén departimos amistosamente con los citados cangrejos y seguimos camino hasta el hallazgo de la jornada: si exceptuamos a los famosos hematófagos del Dr. Julius, el puto paraíso terrenal transmutado en poza.
Y es que las llamadas olles que hay a pocos km de la via verde de la terra alta no tienen nada que envidiar a las mejores playas, con el añadido de que en pleno agosto no encontramos ni aglomeraciones ni gentuza oyendo reggeaton con el móvil. Aguas cristalinas, saltos de agua y de pcgeperos... todo ello amenizado por la bota de vino del fundador y un reparador sueño bajo las estrellas hacen que hasta los panes hablen. Sitio totalmente recomendable al que sin duda voveremos, pero sin los huevos duros.
El vino de la bota tiene la virtud de poner los pies redondos
¡Está hablando!
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